Dicen: En el País de ciegos, el tuerto es rey. Lejos de creerme rey, tengo mis argumentos para expresar una visión de nuestra realidad, tal vez sesgada, parcializada, beligerante, partidista, política, en fin, sin embargo intentaré de ser lo más crudo y directo, sin adornos de oropel o pretender adornar las formas para que el fondo sea menos cruel o hiriente.
Dicen que para que algo sea recordado, debe ser muy atrayente o demasiado repulsivo. Y si logro que se fije en la memoria de cada uno de los lectores, por lo menos habré logrado el primer objetivo, el segundo depende de qué uso deseen darle a aquello fijado en su mente, tal vez en la soledad, que nunca miente, llegue la reflexión y podamos sacudirnos de limitaciones para individualmente aportar nuevas ideas para desarrollarnos en medio de un mundo cruel, injusto y obsceno.
Opus Primum, la primera obra inacabada de nuestra independencia aún no acaba, desde 1830, cuando nace Ecuador, se han sucedido una serie de historias en nuestra historia, algo que no es novedad, porque desde antes vivimos bajo mitos que aún son materia obligada en nuestra educación: El niño Héroe, el primer grito de independencia, la deuda eterna, nuestro afán de imitar la moda europea, el mestizo que cholea, que la culpa de nuestro subdesarrollo es de poderes fácticos, que EEUU, que la CIA, que el neoliberalismo, un sinfín de mitos que nos impiden ver y aceptar lo que somos, siempre atados a la idea cómoda de que la culpa es del otro y nada que ver nuestra.
Vamos, la pregunta que nos hacemos ya se adivina… ¿Yo también debo incluirme en este asunto? Claro que no, yo no pertenezco a este grupo!!! Les diría que es muy probable que no pertenecen a este grupo, sin embargo, queda algo que se llama microangustia, una sutil incomodidad, un sentimiento que tal vez nos invite a reflexionar quizás para intentar sentirnos un poco menos incómodos.
Para los más ilustrados tal vez no sea nuevo reflexionar sobre lo que somos, si han leído novelas de Jorge Icaza o de Enrique Adum, ambos socialistas, cuya filiación partidista no ha sido obstáculo para hacer una caricatura de lo que somos y nos negamos a aceptar: De uno u otro modo somos parte indios, parte cholos, parte blancos y negros, con la intención de creernos más de lo que menos somos, es decir, negamos nuestros orígenes cholos o indios y resaltamos nuestros pequeños y escasos rasgos blancos. Esta intención se mezcla con una gran contradicción, típica del chulla Romero y Flores, funcionario oficinista que intenta entrar en altos círculos sociales, cayendo en el ridículo en creerse lo que no es, acumulando resentimientos que se derivan en complejos que marcan una denuncia frente a su imposible. Este drama va acompañado en nuestra sociedad de crearnos mitos de alcanzar paraísos ideológicos, conducta que no es sólo propia de los ecuatorianos, sino de gran parte de los latinoamericanos. Sin embargo, una buena parte están saliendo de este encasillamiento social y cultural, gracias a que se han sacudido de la idea de echarle la culpa al otro y entre gobierno y ciudadanos han logrado armonizar ideas prácticas y sostenibles para salir del subdesarrollo.
Hagamos un resumen sobre que ideas han abonado para atarnos a la idea poco menos que soberbia para pensar que la culpa de nuestro subdesarrollo es por los otros y no nuestra. Existe una amplísima literatura que cultiva mentes ingenuas apara manejarlos como borregos hacia el abismo. Limitado por el espacio, haré un resumen de algunas de estas “fabulosas ideas” que más que “ideas” más tarde podremos calificarlas de “IDEOTAS”:
Detrás de estas posiciones, que muchos de nuestros intelectuales comparten con académicos y universitarios, palpita un viejo complejo latinoamericano frente a Estados Unidos, producto de una dolorosa e inevitable comparación. ¿Por qué aquel país es rico y los nuestros son pobres? ¿Quién tiene la culpa? A nadie le gusta asumir la responsabilidad de sus propios fracasos. El venezolano Carlos Rangel supo demostrar como el tercermundismo respondía a esta necesidad de transferir la culpa propia endilgándosela a los países ricos del primer mundo y muy en especial a Norteamérica, sería el resultado de un voraz saqueo de nuestras riquezas. Nuestras materias primas serían compradas a precios irrisorios. No se nos pagaría por ellas el precio justo. Como afirma Eduardo Galeano en "Las venas abiertas de América Latina", los países ricos, a nuestra región le correspondería el triste papel de sirvienta obligada a atender las necesidades con petróleo, hierro, cobre, carnes, frutas, café, las materias primas y los alimentos".
En un capítulo del "Manual del Perfecto idiota latinoamericano" demuestra las falacias y necedades de este victimismo. Nadie con dos dedos de frente ha podido determinar cuál debería ser el precio justo del café o del azúcar y quién, si no es el mercado, tendría la autoridad para determinarlo. No es el caso entrar a analizar semejante disparate. Lo que importa es señalar que la versión de que somos víctimas de una explotación sin entrañas por parte del mundo capitalista desarrollado, la respuesta a semejante situación –durante muchas décadas del siglo pasado- no pudo ser sino el socialismo.
Fracasado este modelo en la Unión Soviétic, quedan en algunos intelectuales latinoamericanos residuos de la moribunda ideología marxista. El primero es el sueño de la sociedad igualitaria, que ahora, despojado del lastre del "socialismo real", recupera su primitiva condición de utopía. El segundo, es de todas maneras el horror al capitalismo ahora identificado con el llamado por ellos neoliberalismo o ultraliberalismo y con la globalización. Y la noción subliminal de “la revolución está en marcha”, ahora encarnada en movimientos como el que vivimos en Ecuador. Es más un juego fetichista que otra cosa; quizás un alarde lírico, un simple rechazo amputado de alternativa real, puesto que la realidad ha demostrado que fuera de la economía de mercado, en cualquiera de sus variantes, no es que si existe o no otro modelo viable, sino que no se ha ideado o encontrado uno real, práctico, lógico que funcione.
Convertido en utopía, y en utopía a menudo sangrienta, para defender el sueño revolucionario tan fervorosamente publicitado, podría pensarse que a éstos no les queda más salida que la resignación. Desde luego, tal actitud ninguno podría aceptarla, pues la realidad del continente a primera vista no puede ser peor. La pobreza de grandes sectores de la población es abrumadora. Las desigualdades son vistosas e inaceptables. La venalidad política, el clientelismo, los privilegios son las llagas de una sociedad enferma. Rebelarse contra todo eso no es sólo legítimo sino saludable e imprescindible. Sólo que esa rebelión ante los desastres de nuestra realidad debe ser lúcida y no enajenada. Las utopías encubren casi siempre un engaño, ya que, apoyándose en aspiraciones legítimas, generan violencia y opresión. Es hora de romper el mito guevarista de que la sangre es la gran partera de la historia. La civilización, el respeto de los derechos individuales y la modernidad no están en la punta de una sola lengua con habilidad locuaz. La vía más eficaz para afrontar nuestros conflictos y problemas es el ejercicio incesante de un pensamiento crítico. Y es ahí donde el intelectual puede jugar al fin un verdadero papel de vanguardia.
La propuesta:
Si en el siglo XIX y en la primera parte del XX, la fe era ante la cruz, hoy la fe está en el ideal de la sociedad igualitaria. Mas después de 50 años en Cuba, y sus influencias en Latinoamérica, la idea con la realidad no concuerdan. Este tema se convierte en el último argumento que se desmorona frente a las decisiones de ir por el capitalismo incipiente en Cuba, el mismo camino que recorrió China. En cambio, en los piases latinoamericanos observamos una gran fuga de capitales cuando tales ideas de sociedades igualitarias pululaban entre los intelectuales y académicos, dejando más débil su capacidad de desarrollo (no de crecimiento, el PIB no va seguido fielmente al desarrollo). Es decir, tales ideas fomentaban ausencia de capitales que derivaron en mayor pobreza (los 80´). Cuando se inicia el cambio de las ideas, iniciada por Chile y Costa rica, reforzada por Colombia, más tarde entran Brasil y Perú, las condiciones de la economía humana cambia radicalmente, Chile reduce la pobreza del 50% (1980) al 17% (2009) terminando con Brasil que en 10 años la pobreza cae de 30 a 17 millones, gracias a que sus condiciones fiscales permitieron el ingreso de más de 250 mil millones de dólares. Es casi la mitad de lo que ha recibido Venezuela en esos mismos 10 años y sin embargo se desconoce los datos oficiales de los índices de pobreza, evidentemente más crítica, inflacionaria y si en algo fuese aceptable, creo que no dudaría su Gobierno en publicitarlo. En Ecuador, existe precisamente funcionarios que en vez de transparentar los datos reales, utilizan su ingenio para idearse formas de maquillar cifras, este plan se evidencia en:
Ecuador nació por culpa del otro, se esgrimió el argumento que no recibía la atención que merece las provincias de ese entonces que formaban el virreinato de Quito y el defenestrado incipiente estado de Guayaquil Independiente, aún vivimos con este estigma, una Obra de Opereta que no tiene fin mientras no nos sacudamos de ideologías que nos pintan un paraíso inalcanzable, mientras los países hermanos van tomando el sendero de su desarrollo humano con mayor fuerza y firmeza sobre bases sólidas y sustentables en la práctica.
En el ámbito GLTB solidario:
Frente a un enunciado para enfrentar un supuesto golpe, versión que nace a raíz de la clausura de los medios , donde menciona poderes fácticos involucrados, incluyendo un ex presidente, haciéndose eco de la versión oficial, caemos en el mismo drama del subdesarrollo latinoamericano, endilgarle la culpa al otro y evitar a toda costa reconocer nuestros propios errores. Dejemos las máscaras tras la cual se esconden los mediocres, la Policía tiene una grave responsabilidad sobre los hechos, mas las causas que la derivaron están en otra parte y las sangrientas consecuencias en la falta de capacidad de prever potenciales riesgo inútiles, fatuos, que herían la sensibilidad de su orgullo y soberbia, sin considerar las fatales consecuencias.
ALBERTO TUERTO
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