Las "camionas", las bisexuales, las femmes e incluso, las que viven en zonas menos acomodadas, han sentido alguna vez la mirada poco amigable del resto de sus pares. En una sociedad con una alta cuota de prejuicios y discriminación como la ecuatoriana, las lesbianas no están afuera de esta realidad.
Hace tres años Lorena tenía el pelo corto, se vestía con ropa ancha y negra y se pintaba las uñas moradas. Tenía 19 y trabajaba de mesera en un café. Estaba recién "saliendo del closet", aunque desde los 14 años se asumía como lesbiana. Una noche de septiembre conoció a Karen en una discoteca de ambiente. Era tal como le gustaban las mujeres: pelo largo, castaño, ojos grandes, mucha sonrisa, mucha mirada, nada de garabatos, ropa ajustada, movimientos suaves. Lorena la sacó a bailar, la invitó a tomar una cerveza y le abrió la puerta del taxi para ir a dejarla a su casa a las 4 de la mañana.
Al día siguiente, volvieron a salir, y al siguiente, y al siguiente. "Fueron dos semanas donde sentía que estaba en las nubes, estaba loca por ella. Por primera vez en mi vida sentía como yo creía que debía ser el amor correspondido, como en las que cuando una es chica ve en la películas y las teleseries", cuenta Lorena. Pero la película romántica de Lorena cambió abruptamente el sábado cuando conoció al grupo de amigas de su novia. Las vió sentadas en el living de la casa de Karen. Todas muy delgadas, maquilladas, adornadas con aros, anillos, visos, tacos.
Lorena llevaba los pantalones caídos y un jockey que decía "I Love NY". Durante toda la noche habló muy poco. No participó de las conversaciones del resto de las chicas y trataba de ignorar sus bromas. "Me sentía pésimo, sólo pensaba en irme, me sentía como súper cohibida, me decían tonteras, eran crueles. Todas se reían".
Pero lo más duro para Lorena vino al día siguiente, cuando Karen no le contestaba el teléfono. A los dos días le llegó un correo de su novia. "No me llames ni me busques más porque yo quiero estar con una mujer, no con un hombre con vagina como tú", le dijo. Fue la primera vez en que Lorena se sintió discriminada, y más que por su novia, por la influencia de su grupo de amigas. Luego vendrían tres episodios más, donde los calificativos de "camiona", "amachada", "ahombrada" serían recurrentes.
"Pasé por una crisis después de lo de la Karen. Hasta llegué a odiarme por ser así, pero no iba conmigo el portarme como barbie. Soy mujer, me gusta ser mujer y me gustan las mujeres, pero no del tipo de mujer que llora por todo. Sé cambiar enchufes, arreglar cosas, me carga pintarme y usar ropa apretada. Me gusta conquistar, proteger, cuidar".
Claudia tiene 26, y era una de las chicas que hace tres años estaba sentada en el living de Karen, burlándose de Lorena. "Me apesta esa actitud de macho que tenían las camioneras. Y no tiene que ver con el pelo, la ropa. Es la forma en que se comportan, es cómo se expresan, cómo se mueven. La mujer tiene que ser mujer, es lo que es. Por culpa de las camioneras todo el mundo jura que las lesbianas somos mujeres con ganas de ser hombre", explica Claudia.
Hasta los 22 años Claudia salía con hombres. "Si elegí a una mujer como pareja es porque me encantan como son ellas. Es la gracia que tienen. Es como si un hombre gay quisiera estar con una loca, que es casi el equivalente a una mujer con pene", añade.
A Carolina le gusta que le digan Caco. Jamás Carola. Apenas le perdona a su abuela que la llame "Carolita". Tiene el pelo rubio corto y parado atrás. Le gusta jugar a ser ruda, se sabe masculina, y eso le encanta. "No me considero femenina, pero tampoco camionera. Me lo han dicho pero a mi me importa tan poco. Porque en el fondo las mujeres femeninas se mueren por las que son masculinas. Todas mis parejas han sido muy “femmes”, pues es la idea, complementarse. Y eso no quiere decir que yo me sienta el hombre de la relación, eso es una tontera, no existe, nadie es el hombre, sólo que una tiene rasgos más femeninos y la otra más masculinos, es como decir a una le gusta la leche descremada y a la otra, entera".
Roxana está acostumbrada a que le digan que es ahombrada. Desde el colegio, donde jugaba fútbol con los niños y conversaba de "mujeres" con sus compañeros. No le van las faldas y menos el color rosado. Blusas grandes, faldas largas y chaquetas sin mangas son las prendas que más abundan en su closet.
El tipo de mujer que levanta sospechas de su lesbianismo donde va, al ajustarse tan bien al imaginario universal. "No podría decir que me han discriminado, porque yo no pesco, pero sí es cierto que te miran raro, y más que la gente en general, las mismas lesbianas te miran con terror, porque eres como todo lo que ellas no quieren ser para que no se les note", asegura. A sus 34 años, Roxana ha tenido parejas que no han querido salir a la calle con ella por creer que su lesbianismo quedará expuesto. "Es sólo miedo, y el miedo se va venciendo, ahora las mujeres están menos discriminadoras que hace cinco años", plantea. "Pero son tonteras, imagínate si nos pusiéramos a discriminar a las que son “femmes”, hiciéramos chistes de ellas o no quisiéramos salir con ellas porque puede poner en duda nuestro lesbianismo. Sería absurdo. Por eso creo que es una huevada", sostiene. María José, no se siente ni masculina ni femenina. Ni siquiera piensa en eso. Cuando sus amigos de la universidad le preguntan cómo le gustan las mujeres, responde que "lindas y femeninas".
Pero ni siquiera sabe a que se refiere con exactitud su respuesta. "La cuestión es, ¿qué es ser femenina?, ¿pintarse y usar ropa tipo chicas de Mecano? ¿Y qué es ser masculina?, ¿arreglar autos y tener el pelo corto?.
Las lesbianas estamos llenas de prejuicios tontos e incoherentes. Todas dicen que les cargan las camioneras, pero todas se mueren por el personaje de Shane (The L Word) y no hay mujer más camionera que ésa", explica. María José. No cree ser discriminadora con las mujeres más masculinas, pero sí hace bromas al respecto a veces estás con una amiga, y es típico decir alguna tontera como "Hay, sácate eso, ¿Eres camionera acaso?", o "No seas así, pareces camionera". Y quizás ahí está el problema, en que no somos directamente discriminadoras, pero si hacemos bromas y nos burlamos. Es ahí donde tiene que empezar a notarse el cambio de mentalidad: ser más abiertas de mente".
Una entrevistada que prefiere mantener el anonimato, al igual que María José, solía responder "linda y muy femenina", cada vez que le preguntaban como prefería a las mujeres. Pero recuerda que hace dos años llevó a la casa de su madre a la mujer que tanto le gustaba y que luego se convertiría en su novia. Tomaron once las tres juntas, conversaron y se rieron. Cuando la chica se fue, la madre le pregunto a su hija: "A esto te refieres cuando hablas de ser camionera, ¿cierto? ¿Así como ella?". La hija rió, ni siquiera lo había notado. "Al diablo los prejuicios", pensó.
Mafer Orellana©
Grupo País Canela™
mafer_orell@yahoo.com
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