Jorge, 54 años. Me reúno con él después de haber pactado una cita para entrevistarlo. Cuencano, contador en una empresa, divorciado y padre de un hijo que para él es su vida. “Si le pasara algo, me muero”, me dice.
En pocos minutos he averiguado las cosas básicas de su vida. Finalmente, le hago la pregunta que dio el giro a la entrevista: ¿Ahora, tienes pareja?
Vacila en contestar, como si sintiera una vergüenza profunda. Con una voz apagada, tenue, cuidándose de que nadie más de los que están en el café lo escuchen, responde a mi pregunta: “Bueno, estoy saliendo con un chico, tiene 39. Pero ya no me hago ilusiones. Dios nos complicó la vida al hacernos así, ¿no es cierto?
Hasta 1997, el Estado ecuatoriano todavía tipificaba como delito la homosexualidad, influenciado, a pesar de su laicismo oficial, por las concentraciones cristianas del pecado. Desde el 27 de noviembre de ese ano, fecha de la declaratoria de inconstitucionalidad del artículo que penaba con reclusión a las prácticas homosexuales, las cosas han cambiado. Al menos para las nuevas generaciones.
La entrevista con Jorge transcurrió entre confidencias, revelaciones de cuando lo llevaron preso por estar en un bar donde ser veía con sus amigos, de cuando estuvo casado por cinco años, un poco por convicción y otro poco por obligación. “Si la quise, pero no podía seguir fingiendo. Todavía la quiero en la medida en que fue la mujer que me dio un hijo, lo más preciado que tengo”. Le pregunto sin rodeos, esperando una respuesta sincera: ¿Tu hijo sabe que eres gay?.
A Jorge se le quiebra la voz: “Lo sabe y me ha dicho que no tiene vergüenza de mi.
Después de hablar con Jorge comprendo como el peso social de la estigmatización marcó su vida para siempre, haciendo de el un hombre resignado a esta “vida complicada” que Dios nos ha hecho vivir… ¿Dios? Lamentablemente hasta el día de hoy, la mayor parte de acciones institucionalizadas en contra de nuestros derechos, los de los ciudadanos GLBTI (Gay, Lesbianas, Bisexuales, transgeneros y personas intersex), vienen de sectores religiosos. Sacerdotes, pastores y movimientos de vida cristiana (Católicos y evangélicos) se empeñan es esconder y hacer invisible la vida y existencia de los GLBTI. Quizá no se den cuenta que para Jorge, así como para miles, millones en realidad de ciudadanos GLBTI, eso implico el menoscabo de nuestra calidad de vida y el deterioro de nuestro bienestar general.
Tanto los GLTI, como padres, hermanos, amigos e hijos no debemos pasar por alto lo que otras generaciones tuvieron que sufrir a causa de las concepciones retrógradas y fundamentalistas de ciertos sectores religiosos, militares y políticos generadores de todo tipo de fobias en contra de los sexualmente diversos.
Es hora de ponerles un alto. Es hora de enviarles un mensaje claro: aquí estamos, así somos y no nos avergonzamos. A diferencia de Jorge (y a diferencia de las madres lesbianas que no pueden registrar a sus hijos con los apellidos de madre y madre, y a diferencia de las compañeras trans asesinadas), mi vida ha sido un poco más fácil. Vivo con mi pareja, somos s una familia (sin hijos, todavía), voy con él a las reuniones familiares, salimos a la calle y cada día que pasa se nos hace menos incómodo expresar en publico el lazo que nos une.
Nicanor Benítez.
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