Si en algo distingo yo un cambio generacional en Quito
es en el territorio de las diversidades sexuales. Hay una marcada diferencia en
la calidad y cantidad de información que se maneja en la franja de la “sub –
30”y la que circula entre los adultos maduritos y mayores del todo. Y mientras
en la generación de los abuelitos (arriba de los 65) sí causa escándalo, entre
los universitarios el tema ya pasa desapercibido y la discriminación es lo que
se censura.
El testimonio es de Manuela, una joven lesbiana de la
ciudad de Quito. A pocas cuadras de casa, asiste a un colegio fiscal mediano,
un colegio de barrio, y solo sus mejores amigos conoces sus preferencias
sexuales. “Oficialmente tengo un novio en Guaranda”, dice riéndose.
Su historia es la de muchos y muchas miembros de la
comunidad GLBTI. Manuela es lesbiana, y se emociona al recordar el “juicio
popular” que hicieron contra las clínicas de normalización: aunque usted no lo
crea, hay gente lo suficientemente bárbara como para considerar que una opción
sexual debe ser “curada” como un mal, como una enfermedad. La sociedad en esto ha estado callada, y esto
la vuelve cómplice.
Edu León del diario El Telégrafo encontró valiosos
testimonios de madres lesbianas que quieren consolidar sus familias, pero no tienen
aún cabida legal en el país. Las leyes no permiten la adopción ni el
reconocimiento de las parejas del mismo sexo como familia.
“Si nos damos cuenta, podemos decir que existe una
gestión pública de algo llamado sexualidad masculina y una gestión privada de
la femenina. Por ejemplo, el hombre es presionado al tener relaciones sexuales
prontamente, si se descoca a temprana edad o ha estado con varias chicas, esto
se festeja entre la fraternidad masculina, pueden incluso orinar en la calle
públicamente; a la mujer, en cambio se le prohíbe la gestión de su sexualidad
impidiéndole controlar su propio cuerpo, se la confina al espacio privado, se
festeja su virginidad, pero si una mujer habla de su sexualidad o de haber
estado con varios chicos, no se festeja, se la cataloga de puta, mujer pública.
De hecho, incluso comunicadores que se precian de su
espíritu democrático, como Diego Oquendo (papá), se permiten hacer
declaraciones en el sentido, más o menos, de que la opción sexual es privada,
pero que se debe cuidar de que no tengan hijos.
Este tipo de comentarios “contribuye a reproducir un imaginario social
homofóbico” declara la activista Tatiana Cordero.
DEGALE NO A LA TOLERANCIA.
Aparentemente, hay una mayor libertad física en el
trato entre mujeres: ellas se saludan entre sí con besos y afecto, los chicos
con un firme apretón de manos (cuando no es un golpe de confianza, un golpe
amistoso, una cachetada que el otro, estoico, aguanta sonreído) Pero esa misma”
permisividad” mayor en las chicas (que pueden peinarse entre ellas o tomarse de
la mano en el recreo) tiene precio, dice Manuela: “Te obligan a ser delicada y,
lo más importante, obediente”. Y en este
discurso, se habla lamentablemente de “tolerancia”.
Sandra Álvarez, directora de la Organización
Ecuatoriana de Mujeres Lesbianas aclara - “Es muy fácil decir que toleras algo,
pero decir que respetas y aceptas ya es más difícil. Si yo veo una cucaracha la
tolero, porque no soy capaz de enfrentarme pues me da mucho asco, entonces la
tolero pero no la acepto, dejo que venga otro que la mate. Así vivimos”.
Ha sido complejo el posicionamiento de lo lésbico, inclusive en los espacios feministas
o del movimiento de mujeres, no se diga en el abanico de la diversidad sexual y
de género, en donde existen muchas disputas y separaciones entre identidades
GLBTI. Los modelos que nos sobre
determinan influyen también en devenir
de otras sexualidades. Ante un panorama de prohibiciones y limitaciones
impuestas social y moralmente, algo que nos iba a ocurrir. Las mujeres tienen
otras sensibilidades que quizás solo entre nosotros podemos indagar, incluso
como empoderamientos de nuestro propio cuerpo, deseo y placer que nos ha sido
usurpado y negado de tantas maneras.
UNA TRADICION QUE ROMPER
Son siglos censura sobre las diversidades sexuales,
movidos por el control de religiones jadeas cristianas, hinduistas y
musulmanas.
La sociedad colonial ecuatoriana estigmatizaba y
penalizaba las sexualidades transgresoras en el siglo XVIII. La historia de mujeres que se han relatado
sobre las últimas décadas, han excluido de sus relatos a importantes
mujeres ecuatorianas que fueron
lesbianas.
La investigación de Lucía Moscoso revisa varios
juicios de delitos contra la moral, particularmente aquellos que versan sobre
lesbianismo. Tras examinar las narraciones jurídicas y los castigos
establecidos, se abre una ventana que permite observar las prácticas de
vigilancia sobre la sexualidad de hombres y mujeres. Crimen nefando, amistades
ilícitas, concubinato incestuoso, abominable delito de sodomía, amancebamiento,
comercio ilícito o comercio nefando, son denominaciones registradas en los
documentos históricos e inclusive en el
margen del documento, curiosamente se anota
“…Por tortilleras”.
A través de los procesos judiciales llevados a cabo
entre 1782 y 1787, se descubren fragmentos vividos de la sociedad de la época y
cómo eran miradas y tratadas las mujeres procedentes de diferentes barrios de Quito.
Este tipo de actividades visibilizan la existencia de
lesbianas, aportando a la construcción de una sociedad que las acepte como lo
que son, una parte innegable de la misma.
Se trata de un viaje a través de las luchas feministas por la igualdad”.
AURELIA ROMERO Y CORDERO
Revista Q -
Enero 2013 - # 34
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