La casa de mis padres donde crecí en Machala tenia un
patio grande al que solían llegar los amigos de mis hermanos para jugar “a la
guerra”. Una suerte de “policías y ladrones”, una competencia entre bandos que
incluía carreras, escondites, saltos. No me dejaban participar, con el cuento
de que me podía lastimar.
Entonces yo jugaba al té y sacaba mis tereques a la
mesa del patio. Pues bien, en el té no estaba sola. O uno o los dos amigos gais
jugaban conmigo. Eran parte de la “gallada” de entonces. Nuestros padres eran
cercanos.
Crecí viéndolos como normales, pero siendo muy
jóvenes sus propios padres los motivaron a irse del Ecuador, para vivir y
estudiar en el extranjero. Con el tiempo entendí que ese era el procedimiento
que seguían las familias de clase media y acomodada, para enfentar lo que para ellos era un problema.
Eran los años 80 y la homosexualidad estaba
tipificada como delito penal, y podía sancionarse con prisión de hasta 8 años,
según el artículo 516 del Código Penal, que solo fue declarado inconstitucional
el 27 de noviembre de 1997.
Han pasado 20 años y el contexto histórico de esta
fecha me llega a través de la Fundación Pacta. En la misiva, perfectamente
documentada, se recuerda el episodio que marcó este logro en materia de
derechos humanos y tiene que ver con una celebración de gais y transexuales en
un bar de Cuenca llamado Abanicos, en el cual se interrumpió la elección de una
reina, por parte de un piquete policial del entonces Grupo de Operaciones
Especiales, que arrestó a 50 participantes de la fiesta y los llevó a los calabozos
del Centro de Detención Provisional de la capital azuaya. Cuando los dejaron
libres dos días después. Hubo denuncias formales de abusos físicos y
psicológicos que fueron el punto de partida para una reclamación jurídica que
permitió la despenalización de la homosexualidad.
Desafortunadamente en muchas sociedades se sigue
considerando como “un atentado a la moral y a las buenas costumbres” la
exhibición de cualquier gesto que evidencie la diversidad sexual. Si un hombre
y una mujer caminan tomados de la mano por las calles, nadie se detiene a
mirarlos ni hay murmullos detrás de ellos.
Sabemos en cambio lo que ocurre cuando la pareja que camina tomada de la
mano está compuesta por dos hombres o por dos mujeres. Me ha tocado escuchar que les gritan “asquerosos”,
“sucios”, “degenerados”.
Por ignorancia o prejuicios, todavía hay quienes los
consideran enfermos, aunque la Organización Mundial de la Salud haya eliminado
desde 1990 a la homosexualidad como patología. Lo más grave es que aún en estos
tiempos siguen existiendo “terapias de horror”
para intentar curar una enfermedad que no existe.
La periodista María Cecilia Largacha ha presentado una investigación sobre las clínicas de deshomoseexualización que existen en Ecuador, en las cuales es común el encierro, la violación y la tortura.
para intentar curar una enfermedad que no existe.
La periodista María Cecilia Largacha ha presentado una investigación sobre las clínicas de deshomoseexualización que existen en Ecuador, en las cuales es común el encierro, la violación y la tortura.
La Comisión de la Verdad en su informe del 2000 dedicó en el tomo 1 un capítulo a la
violencia que desde el Estado se aplicó contra la población LGBTI: Se narran
allí las famosas “batidas” en puntos específicos de Guayaquil y Quito, y se
especifican la violencia sistemática y la invisibilidad del problema entre los años 1990 y 2000.
Creo que como sociedad hemos avanzado en temas como
estos, y por eso las nuevas generaciones están viendo con otros ojos
situaciones inaceptables en otros tiempos.
Pero aún queda un amplio camino por recorrer para la
no discriminación por orientación sexual. Hay muchos grupos que están luchando
por reivindicaciones de este tipo y soy optimista de sus logros.
No me pregunten por mis amigos homosexuales de la infancia.
Les perdí la pista. Me doy cuenta de que, aun sin quererlo, sus familias
también los condenaron al destierro.
Tania Tinoco
No hay comentarios:
Publicar un comentario