sábado, 26 de mayo de 2018

SER GAY EN ECUADOR


La casa de mis padres donde crecí en Machala tenia un patio grande al que solían llegar los amigos de mis hermanos para jugar “a la guerra”. Una suerte de “policías y ladrones”, una competencia entre bandos que incluía carreras, escondites, saltos. No me dejaban participar, con el cuento de que me podía lastimar.

Entonces yo jugaba al té y sacaba mis tereques a la mesa del patio. Pues bien, en el té no estaba sola. O uno o los dos amigos gais jugaban conmigo. Eran parte de la “gallada” de entonces. Nuestros padres eran cercanos.

Crecí viéndolos como normales, pero siendo muy jóvenes sus propios padres los motivaron a irse del Ecuador, para vivir y estudiar en el extranjero. Con el tiempo entendí que ese era el procedimiento que seguían las familias de clase media y acomodada, para enfentar  lo que para ellos era un problema.

Eran los años 80 y la homosexualidad estaba tipificada como delito penal, y podía sancionarse con prisión de hasta 8 años, según el artículo 516 del Código Penal, que solo fue declarado inconstitucional el 27 de noviembre de 1997.

Han pasado 20 años y el contexto histórico de esta fecha me llega a través de la Fundación Pacta. En la misiva, perfectamente documentada, se recuerda el episodio que marcó este logro en materia de derechos humanos y tiene que ver con una celebración de gais y transexuales en un bar de Cuenca llamado Abanicos, en el cual se interrumpió la elección de una reina, por parte de un piquete policial del entonces Grupo de Operaciones Especiales, que arrestó a 50 participantes de la fiesta y los llevó a los calabozos del Centro de Detención Provisional de la capital azuaya. Cuando los dejaron libres dos días después. Hubo denuncias formales de abusos físicos y psicológicos que fueron el punto de partida para una reclamación jurídica que permitió la despenalización de la homosexualidad.

Desafortunadamente en muchas sociedades se sigue considerando como “un atentado a la moral y a las buenas costumbres” la exhibición de cualquier gesto que evidencie la diversidad sexual. Si un hombre y una mujer caminan tomados de la mano por las calles, nadie se detiene a mirarlos ni hay murmullos detrás de ellos.  Sabemos en cambio lo que ocurre cuando la pareja que camina tomada de la mano está compuesta por dos hombres o por dos mujeres.  Me ha tocado escuchar que les gritan “asquerosos”, “sucios”, “degenerados”.

Por ignorancia o prejuicios, todavía hay quienes los consideran enfermos, aunque la Organización Mundial de la Salud haya eliminado desde 1990 a la homosexualidad como patología. Lo más grave es que aún en estos tiempos siguen existiendo “terapias de horror”
para intentar curar una enfermedad que no existe.

La periodista María Cecilia Largacha ha presentado una investigación sobre las clínicas de deshomoseexualización que existen en Ecuador, en las cuales es común el encierro, la violación y la tortura.

La Comisión de la Verdad en su informe del 2000  dedicó en el tomo 1 un capítulo a la violencia que desde el Estado se aplicó contra la población LGBTI: Se narran allí las famosas “batidas” en puntos específicos de Guayaquil y Quito, y se especifican la violencia sistemática y la invisibilidad  del problema entre los años 1990 y 2000.

Creo que como sociedad hemos avanzado en temas como estos, y por eso las nuevas generaciones están viendo con otros ojos situaciones inaceptables en otros tiempos.

Pero aún queda un amplio camino por recorrer para la no discriminación por orientación sexual. Hay muchos grupos que están luchando por reivindicaciones de este tipo y soy optimista de sus logros.
No me pregunten por mis amigos homosexuales de la infancia. Les perdí la pista. Me doy cuenta de que, aun sin quererlo, sus familias también los condenaron al destierro.
Tania Tinoco



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